Estoy a dos días de que me baje la regla. No sólo tengo una
maravillosa aplicación en el móvil que me avisa eficientemente de la visita
oficial, si no que además, mi propio estado de ánimo es un indicador infalible
del advenimiento. No siempre ni con la
misma intensidad, pero aunque sea con señales sutiles, sé que algo está
cociéndose en mis ovarios y por tanto, alterando todas mis hormonas.
Según estudios científicos, entre los días 23 y 28 del ciclo
menstrual, es cuando más se perciben estos cambios anímicos. Esta fase se
caracteriza por los sentimientos negativos, que se extienden a la depresión,
ansiedad, irritabilidad y la baja autoestima.
Y esto es una verdad como un templo. Ojo, que hay estados que nada
tienen que ver con el periodo y que a lo sumo lo más que puede pasar es que nos
los intensifiquen. Es decir, la menstruación no siempre es la causa de un
conflicto como piensan algunos, si no el potenciador de ciertos sentimientos
como consecuencia.
Partiendo de la base irrefutable de que el periodo altera nuestras
hormonas y por tanto, cambia nuestro humor, tengo que mostrarme en total
desacuerdo con algunas apreciaciones que se hacen al respecto. Muchas veces
hemos sido tratadas de “locas” en estos días. No se nos tiene en cuenta o se
nos culpabiliza de cualquier mal rollo por estar con la regla. Supongo que en
algunas más que en otras, la cosa nos afecta hasta cierto punto, pero de ahí a
pensar que nos convertimos en unas lunáticas, va un trecho.
Frases como “ya lo hablaremos en otro momento porque ahora estás con
la regla”, nos idiotizan, rebajan y nos inutilizan. Somos tratadas como seres
volubles que en pleno trance son incapaces de pensar con claridad. Los hombres
son muy dados a decir este tipo de cosas y nos apartan alegóricamente a un lado
hasta que se nos pase el marrón. Esto hay que saber manejarlo: bastante tenemos
ya con sangrar, padecer dolores y calambres o experimentar bajonas
inexplicables para que encima venga un maromo y nos trate de subnormales.
Creo que podemos perder los papeles en algún momento y casi siempre
fruto de alguna circunstancia ajena a nuestra menstruación. O podemos sentirnos
deprimidas, malhumoradas, apáticas, lloronas… pero… ¿en serio sólo nos pasa a
nosotras?
Así como en la mujer el aumento y la disminución de las hormonas
influye en su comportamiento, lo mismo pasa con el hombre. Quizá no de un modo cíclico como nos ocurre a nosotras,
que por otra parte nos otorga cierto control: podemos saber con exactitud
cuándo nos vamos a sentir más vulnerables y por tanto, tratar de moderar
nuestras reacciones.
Pero el caso es que los hombres a veces también se muestran muy
“menstruales”. Y además sin control, sin ciclo, sin orden alguno. Pero poseen
su cóctel particular de hormonas y estas aumentan o disminuyen con sus
consecuencias en el estado anímico.
Poco se habla de esto. Y dudo de que sea sólo mi caso en particular,
pero me he topado con hombres que válgame el cielo el follón de hormonas que
llevan dentro: tienen sus bajones, de repente necesitan mimos, se sienten
solos, se muestran irritables, malhumorados, nostálgicos… en fin, lo mismito
que nosotras pero sin una regulación específica.
Somos química al fin y al cabo. Y las hormonas nos afectan en la
medida en la que seamos conscientes de todo este barullo y sepamos modularlo.
Por tanto, ya está bien de echarle la culpa a la regla por todo, que todo sea
dicho, es lo más fácil a la hora de evadir un tema o justificarlo todo.
Aunque menos mal que la cosa evoluciona y hemos pasado de ser
repudiadas/demonizadas por este hecho a considerarnos personas “sutilmente
alteradas en conductas y emociones”. Esto es una pequeña muestra de lo que se
ha llegado a decir/hacer:
·
EN DIVERSOS CLANES
de la edad antigua, cuando una mujer comenzaba a sangrar era subida a las copas
de los árboles, se colocaban sobre un cajón hecho de hojas o se enterraban
hasta la cintura. Todo por temor a que alguna gota de su sangre contagiara a la
tierra, marchitándola -perdiéndose las cosechas-, o ésta se expusiera al sol y
su impureza afectara al cielo y las lluvias.
·
LOS FALASHAS
O judíos de origen etiope colocan a sus mujeres menstruantes en ‘casas de
sangre’, en las que son reclutadas durante siete días hasta que esa etapa de
impureza demoníaca desaparece. Así, además, evitan que los humores que
desprenden los exciten y tengan relaciones que dejaran en sus penes el veneno.
·
LOS CHIRIGUANAS
de los Andes aislaban a las niñas en el momento de su primera regla y durante
un año en habitáculos en los que no podían hablar con nadie y permanecían de
cara a la pared. Periodo en el que consideraban que podían salir sin infectar a
nadie.
·
LOS INDIOS MONDURUCUS
de Brasil encerraban a las mujeres durante ‘sus días’ en una celda especial
dentro de su cabaña menstrual, y todo el pueblo podía acudir a arrancarles el
cabello.
·
En España y otros países
europeos: Cuando está menstruando, la mujer no debía
tocar las plantas, ni ducharse ni lavarse la cabeza. Tampoco se debían tener
relaciones sexuales, lo cual era considerado sucio e inaceptable.
·
Entre
egipcios y hebreos era un ritual obligatorio que la mujer se sometiera a
baños especiales de limpieza al final de cada regla, ya que era considerado un
veneno.
·
El libro
sagrado de la Biblia considera que la mujer era impura durante su periodo
menstrual. Incluso se llegó a calificar de pecaminoso que una mujer entrara en
la Iglesia durante sus días de regla.
·
En la
China antigua estaba establecido que la sangre menstrual no debía tocar el
suelo por temor a ofender al espíritu de la Tierra.
Y se quedaban tan anchos, oye. Hoy en día ya no se nos considera
sucias o impuras, pero todavía existen cierto prejuicios en torno a nuestros
ciclos menstruales. Y no deberíamos asentarnos en ellos y asumirlos como
normales. Nuestras hormonas nos alteran, está claro, pero que no nos hagan
parecer retrasadas, inútiles o chifladas. Porque en ese saco cabemos tod@s,
independientemente del género.
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