miércoles, 10 de julio de 2013

Esos días.

Estoy a dos días de que me baje la regla. No sólo tengo una maravillosa aplicación en el móvil que me avisa eficientemente de la visita oficial, si no que además, mi propio estado de ánimo es un indicador infalible del advenimiento.  No siempre ni con la misma intensidad, pero aunque sea con señales sutiles, sé que algo está cociéndose en mis ovarios y por tanto, alterando todas mis hormonas.
 
Según estudios científicos, entre los días 23 y 28 del ciclo menstrual, es cuando más se perciben estos cambios anímicos. Esta fase se caracteriza por los sentimientos negativos, que se extienden a la depresión, ansiedad, irritabilidad y la baja autoestima.
 



Y esto es una verdad como un templo. Ojo, que hay estados que nada tienen que ver con el periodo y que a lo sumo lo más que puede pasar es que nos los intensifiquen. Es decir, la menstruación no siempre es la causa de un conflicto como piensan algunos, si no el potenciador de ciertos sentimientos como consecuencia.
 
Partiendo de la base irrefutable de que el periodo altera nuestras hormonas y por tanto, cambia nuestro humor, tengo que mostrarme en total desacuerdo con algunas apreciaciones que se hacen al respecto. Muchas veces hemos sido tratadas de “locas” en estos días. No se nos tiene en cuenta o se nos culpabiliza de cualquier mal rollo por estar con la regla. Supongo que en algunas más que en otras, la cosa nos afecta hasta cierto punto, pero de ahí a pensar que nos convertimos en unas lunáticas, va un trecho. 
 
 
Frases como “ya lo hablaremos en otro momento porque ahora estás con la regla”, nos idiotizan, rebajan y nos inutilizan. Somos tratadas como seres volubles que en pleno trance son incapaces de pensar con claridad. Los hombres son muy dados a decir este tipo de cosas y nos apartan alegóricamente a un lado hasta que se nos pase el marrón. Esto hay que saber manejarlo: bastante tenemos ya con sangrar, padecer dolores y calambres o experimentar bajonas inexplicables para que encima venga un maromo y nos trate de subnormales.
 
Creo que podemos perder los papeles en algún momento y casi siempre fruto de alguna circunstancia ajena a nuestra menstruación. O podemos sentirnos deprimidas, malhumoradas, apáticas, lloronas… pero… ¿en serio sólo nos pasa a nosotras?
 
Así como en la mujer el aumento y la disminución de las hormonas influye en su comportamiento, lo mismo pasa con el hombre. Quizá no de un modo cíclico como nos ocurre a nosotras, que por otra parte nos otorga cierto control: podemos saber con exactitud cuándo nos vamos a sentir más vulnerables y por tanto, tratar de moderar nuestras reacciones. 
 
Pero el caso es que los hombres a veces también se muestran muy “menstruales”. Y además sin control, sin ciclo, sin orden alguno. Pero poseen su cóctel particular de hormonas y estas aumentan o disminuyen con sus consecuencias en el estado anímico.
 
Poco se habla de esto. Y dudo de que sea sólo mi caso en particular, pero me he topado con hombres que válgame el cielo el follón de hormonas que llevan dentro: tienen sus bajones, de repente necesitan mimos, se sienten solos, se muestran irritables, malhumorados, nostálgicos… en fin, lo mismito que nosotras pero sin una regulación específica.
 

Somos química al fin y al cabo. Y las hormonas nos afectan en la medida en la que seamos conscientes de todo este barullo y sepamos modularlo. Por tanto, ya está bien de echarle la culpa a la regla por todo, que todo sea dicho, es lo más fácil a la hora de evadir un tema o justificarlo todo.
 
Aunque menos mal que la cosa evoluciona y hemos pasado de ser repudiadas/demonizadas por este hecho a considerarnos personas “sutilmente alteradas en conductas y emociones”. Esto es una pequeña muestra de lo que se ha llegado a decir/hacer:
 
·         EN DIVERSOS CLANES de la edad antigua, cuando una mujer comenzaba a sangrar era subida a las copas de los árboles, se colocaban sobre un cajón hecho de hojas o se enterraban hasta la cintura. Todo por temor a que alguna gota de su sangre contagiara a la tierra, marchitándola -perdiéndose las cosechas-, o ésta se expusiera al sol y su impureza afectara al cielo y las lluvias.
·         LOS FALASHAS O judíos de origen etiope colocan a sus mujeres menstruantes en ‘casas de sangre’, en las que son reclutadas durante siete días hasta que esa etapa de impureza demoníaca desaparece. Así, además, evitan que los humores que desprenden los exciten y tengan relaciones que dejaran en sus penes el veneno.
·         LOS CHIRIGUANAS de los Andes aislaban a las niñas en el momento de su primera regla y durante un año en habitáculos en los que no podían hablar con nadie y permanecían de cara a la pared. Periodo en el que consideraban que podían salir sin infectar a nadie.
·         LOS INDIOS MONDURUCUS de Brasil encerraban a las mujeres durante ‘sus días’ en una celda especial dentro de su cabaña menstrual, y todo el pueblo podía acudir a arrancarles el cabello.
·         En España y otros países europeos: Cuando está menstruando, la mujer no debía tocar las plantas, ni ducharse ni lavarse la cabeza. Tampoco se debían tener relaciones sexuales, lo cual era considerado sucio e inaceptable.
·         Entre egipcios y hebreos era un ritual obligatorio que la mujer se sometiera a baños especiales de limpieza al final de cada regla, ya que era considerado un veneno.
·         El libro sagrado de la Biblia considera que la mujer era impura durante su periodo menstrual. Incluso se llegó a calificar de pecaminoso que una mujer entrara en la Iglesia durante sus días de regla.
·         En la China antigua estaba establecido que la sangre menstrual no debía tocar el suelo por temor a ofender al espíritu de la Tierra.
 
Y se quedaban tan anchos, oye. Hoy en día ya no se nos considera sucias o impuras, pero todavía existen cierto prejuicios en torno a nuestros ciclos menstruales. Y no deberíamos asentarnos en ellos y asumirlos como normales. Nuestras hormonas nos alteran, está claro, pero que no nos hagan parecer retrasadas, inútiles o chifladas. Porque en ese saco cabemos tod@s, independientemente del género.
 

 

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