miércoles, 14 de agosto de 2013

Julia Margaret Cameron, un pez contra corriente.

El destino y la buena estrella a veces aguardan pacientes el momento adecuado en el que han de salir a la luz. Actualmente vivimos en una época donde el éxito debe alcanzarse de manera inmediata y a veces, sin demasiados méritos. Porque el éxito verdadero, reconocimiento o como queramos llamarlo, tiene que dejar atrás un largo camino de esfuerzo, constancia y voluntad para que realmente merezca la pena.
 
Pensemos que nunca es tarde y podemos llegar a conseguir aquello que deseamos más tarde o más temprano. Si le ponemos empeño, lo más probable es que suceda. Y de eso va la vida de esta mujer: de empeño y pasión.
Julia Margaret Cameron, nacida en 1815 en Calcuta, se convirtió a los 48 años en una controvertida fotógrafa que rompió las leyes academicistas de la época. Se la trajo al pairo todo lo que tuviera que ver con la técnica y la rigidez de sus coetáneos, e hizo las cosas a su manera haciendo oídos sordos a la crítica internacional.


Aquí, la madura artista.
 
Vivió en la India hasta su juventud, donde conoce a su primer y único marido, Charles Hay Cameron, veinte años mayor que ella y dueño de una gran plantación de té. Tanto su posición social como su más que desahogada situación económica, le permitieron a Julia vivir cómoda y libremente para desempeñar cualquier afición que le interesase. Pero esto no sucederá hasta muchos años después. Se mudan a Inglaterra y de ahí pasan a vivir en la isla de  Wight. Tienen varios hijos. Una de las descendientes es precisamente quién le regala una cámara fotográfica a su ya madura pero vivaracha madre, quien estaba un poco aburrida, todo hay que decirlo.
Y así empieza la fiesta. Julia ve en aquel instrumento mágico una manera de expresar arte y poseía. Se vuelca al cien por cien en la experimentación con el cacharro y a través del método, ensayo-error, va aprendiendo a conocer sus funcionalidades y capacidades. Comienza a fotografiar a vecinos, conocidos y gente del entorno. Los somete a largas exposiciones que para los improvisados modelos debieron resultar un coñazo absoluto.


El rey Lear y sus 3 hijas. 1872
Julia, empeñada en avanzar y conseguir un logro artístico, hace modificaciones en su casa para poder trabajar al completo. Convierte la carbonera en un cuarto oscuro y el gallinero en un estudio. Y se olvida del mundo, de su familia y hasta de sí misma: empezó a vestir de forma descuidada y andaba por ahí oliendo a producto químico.
Se dice que tuvo como instructores a Oscar Gustav Rejlander y Lewis Carroll, pero lo cierto es que ella se alejó radicalmente de la corriente del momento, consiguiendo un estilo único. Por entonces, los fotógrafos intentaban buscar reconocimiento imitando a los pintores prerrafaelistas. Ella también lo hizo al principio, pero finalmente se decantó por despreciar toda técnica e inició una búsqueda de la belleza y la espiritualidad fuera de toda norma. Los retratos fueron su fuerte. En ellos pretendía mostrar al mundo no sólo la hermosura física, si no la grandeza de esos seres, su predestinación y su misma alma. Elige bien a sus modelos y siempre los sitúa en un halo de melancolía y viveza. Busca transmitir más que describir. Y al fin alcanza un estilo propio que le valió la crítica de los demás. No se sabe si lo logra por azar o precisamente por su falta de nociones técnicas, pero el caso es que su controvertido desenfoque, aporta magia a los retratos que elabora cuidadosamente en ese cuarto oscuro.
 



 
 
En aquella época, precisamente, lo que se buscaba en líneas generales era la nitidez de la fotografía y Julia se salta la norma a la torera. Además, es sencilla en la composición: sólo le hace falta luz, atmósfera y rostro. Aporta mucha personalidad a su trabajo el descuido al que sometía las fotos: muchas aparecen rayadas y con huellas dactilares.

 
Sus retratos femeninos son la pieza clave de su obra. Hace fotos a sus amigas, vecinas y sirvientas (se dice de estas últimas que eran elegidas por Julia muy calculadamente, dándole importancia no a sus capacidades laborales si no a su fotogenia). Con su minimalista puesta en escena y los planos cerrados, consigue unos retratos atemporales, etéreos y llenos de poesía. La luz que reflejan es la luz de Rembrandt y los claroscuros y el sfumatto recuerdan al estilo de Leonardo.

 
En resumen, sus trabajos se convierten en algo tan poético y puro, que hacen de ella un ser con una sensibilidad perfecta. Pero no logra apenas reconocimiento, si no todo lo contrario: críticas por doquier, algunas tan duras como esta:
“La señora Cameron exhibe su serie de retratos desenfocados de celebridades. Debemos darle a esta señora el beneficio de la originalidad, pero a expensas de cualquier otra cualidad fotográfica”
The Photographic Journal, el 15 de febrero de 1865.
 
Cuando un círculo, del cual se supone debes formar parte, no sólo no te apoya si no que se vuelve contra ti, debe hacerte sentir como un pez fuera del agua. Pero Julia era un pez contra corriente, obstinado y pasional, que nunca se dejó transformar en lo que se suponía que debía ser para los demás, y siguió trabajando con su propio estilo el resto de su vida. Si esto no es admirable, que baje Dios y lo vea.
Julia murió en Ceilán en 1879, no sin antes hacer maravillosas fotografías de los indígenas de aquellas tierras.
Un par de décadas después. Stieglitz la recuperó, admirado como estaba por esos retratos, precursores del pictorialismo que a principios del siglo XX se está apoderando del mundo de la fotografía. Con el tiempo se ha convertido en una célebre artista de la fotografía que cambió las leyes de lo expresivo. Para ella, la cámara nunca fue un objeto de documentación, si no un instrumento de arte y belleza. Y vaya si lo consiguió.
 

 

lunes, 29 de julio de 2013

Nos quieren invisibles.



No sé, a veces sinceramente creo que vamos para atrás en todos los sentidos. Bueno, no se trata de una duda… por desgracia estamos ante una realidad irrefutable. Económicamente hablando, los que antes disfrutaban de dos coches, piso, chalet, un Iphon y un Mac, ahora se las ven putas para llegar a fin de mes con la nevera llena y la luz pagada. En lo político, ya se sabe: corrupción, mafia y cinismo por todas partes. Nos chulean de una manera muy sucia y nosotros apenas podemos hacer algo más que salir a la calle a pegar cuatro gritos. Por otro lado, el estado de bienestar va diluyéndose entre recortes, austeridad e injusticias varias. En el ámbito laboral, lo que tanto esfuerzo supuso para nuestros mayores, ahora se lo cargan de un soplido. Y donde antes ser un mileurista era considerado un deshonor, ahora dicho calificativo supone una aspiración para much@s. 



Ante tal panorama, las  mujeres no íbamos a ser menos. Aparte de que esta crisis nos está afectando en número (mayor tasa de desempleo que los hombres) y que continúa existiendo (y aumentando) esa brecha salarial entre ambos géneros, nuestros derechos también comienzan a verse mermados y las intenciones de algunos partidos están más que próximos a una discriminación absoluta. La cuestión del aborto, entre otras, nos deja relegadas a una posición de espectadoras, mientras que son otr@s lo que quieren decidir por nosotras y decirnos qué tenemos que hacer. Eso viene siendo un insulto en toda regla y nos incapacita en nuestras decisiones más personales.
Por otro lado tenemos la polémica servida con la reproducción asistida de solteras y lesbianas. Considerando esta intención como una postura claramente ideológica, me parece una discriminación absoluta hacia la mujer. Ahora, si perteneces a dicha condición, no te va a quedar más remedio que dejarte los cuartos por lo privado, ya que se considera que la falta de varón no es un problema médico. La frasecita se las trae. 



Aquí no estamos hablando de un problema médico como pueda referirse la ministra, obviamente. Aquí hablamos de un derecho a la sanidad pública gratuita para tod@s sin importar la condición sexual o el estado civil de la demandante. Pero al parecer, para la señora Mato  y compañía, todo es mucho más sencillo: si quieres procrear búscate una buena pilila que haga los  honores y déjate de perversiones como el lesbianismo o de rarezas como estar soltera. Una vez más, la cuestión en sí, nos empuja a necesitar un varón para nuestras realizaciones más íntimas. Y si no tienes varón (o sencillamente, no quieres) pues sacas dinero de la hucha y te lo pagas. Curiosa estrategia de exclusión.

Pero la gota que colma el vaso llegó con algo tan sustancial como es la violencia de género: Sanidad planea contar en la estadística de malos tratos solo a las mujeres hospitalizadas más de 24 horas. 


Yo, cuando leí la noticia, me pareció una broma macabra.  Viene a decir que el hecho de que te den una bofetada, unos empujones, incluso una pequeña paliza de la cual no se requiera un ingreso hospitalario, no te sale a cuenta. Vamos, que ahora vamos a tener que necesitar unas tundas más contundentes para que seamos consideradas como víctimas del maltrato. 

Me parece escalofriante que se tenga tal intención, y más viendo cómo está el patio últimamente con la violencia de género. Un tema tan sensible no debería ser tratado como una nimiedad desde nuestros gobiernos, que le restan importancia a una violencia menor. Porque del maltrato psicológico ni hablemos: ya no existiría como tal. O más bien, ya no contarías como una maltratada… serías una sombra, una víctima invisible a los ojos de la sociedad. Que se lo digan a la señora de Bretón, el cual jamás le puso una mano encima. Pues bien, con esta nueva “estadística”, Ruth no contaría una víctima del maltrato, sino una pobre desgraciada a la que le han arrebatado lo que más quería, independientemente de que  el autor de tal atrocidad haya sido su exmarido. 

El maltratador no sólo castiga pegando. Hay formas de maltrato terribles y no tan evidentes. Pero ya no es sólo eso: una rotura de costillas, un brazo escayolado o un estirón de pelos, no derivan en un ingreso hospitalario. Y si estos tres ejemplos no son maltrato, que baje Dios y lo vea. Y todo esto ¿por qué?:

Según El Mundo, algunos colaboradores de la ministra, Ana Mato, habrían alertado sobre el riesgo de que contabilizar a todas las mujeres lesionadas podría "disparar" las estadísticas de violencia de género bajo un Gobierno del PP en comparación con las del socialista, que nunca incluyó en sus cuentas a las supervivientes, independientemente de la gravedad de sus lesiones.

No me puedo creer que se juegue con algo tan serio como la integridad física de las personas sólo para blanquear datos y estadísticas. Me parece monstruoso. Con esto van a dar una imagen muy diferente a la real, muchas víctimas van a dejar de ser consideradas como tal sólo por que el gobierno quiere salir bien en la foto. 

Muy bien, campeona.


El Observatorio para la Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial refleja que en el primer trimestre de 2013 3.321 mujeres presentaron un parte de lesiones cuando denunciaron la agresión, lo que supone más de mil cada mes.
Pero las mujeres que denuncian con parte de lesiones son una minoría. Según 20 Minutos, de las 128.500 denuncias de 2012 solo un 11% aportaron parte de lesiones.

Noticias así me entristecen y me asquean al mismo tiempo. Me siento parte de una sociedad cada vez más privada de derechos y libertades que nos fueron otorgadas en su momento gracias a la lucha de much@s. Que destruyan todo esto por intereses propios, me parece aberrante.

La única nota que me ha sacado una sonrisa de todo esto tiene que ver con un tweet que hice al respecto. Es este:



La cosa acabó con un total de 427 retwitts en pocos días (y subiendo). Yo no soy una gran entendida de  esta red social ni creo que sea una cifra desbordada, pero me hizo ilusión contar con el apoyo de hombres y mujeres concienciadas contra dicha injusticia. Amén de los mensajes privados que recibí y de la difusión por Facebook y otros medios. Me honra que este sea mi tweet más leído y compartido.

Desde aquí, gracias a todos y todas por hacer extensible nuestra crispación y nuestra rabia ante noticias así.  No podemos dejar que nos pisoteen, nos rebajen o sencillamente, nos oculten con tal impunidad. Nuestros mandatarios son muy dados a esconder la “basura” bajo el felpudo: datos que ensucian, que manchan su imagen, que impiden una buena cara frente a otros líderes mundiales, siendo ellos la mayor mierda que existe. De modo que el no callarse y el circular la información de una forma viral, sigue siendo una posible arma con la que defendernos. Y quizá la única hoy por hoy.

Por eso me repito una vez más.: GRACIAS por compartirlo. 




viernes, 12 de julio de 2013

No lo soporto!


De vez en cuando a una le da por volverse de una misantropía inaudita. Hay días en que resulta que la gente en general (y empezando por una misma) resulta realmente insoportable. Todo cuanto hagan o dejen de hacer, nos fastidia por igual. Tratas de distanciarte y relativizar, pero es en vano… siempre hay un sujeto insufrible que te hará perder los nervios. Esos días casi sería mejor meterse en una cueva y dejar pasar esta irritabilidad, pero seguramente discutiríamos hasta con las piedras. Así que mejor resignarse y soportar estoicamente a una sociedad que se nos atraganta muchas veces. En un tiempo indeterminado se nos pasará este sarpullido de intransigencia y lo veremos todo de otra manera.
 


Luego hay factores, pequeños detalles en su mayoría, que nos hacen llegar a un estado muy próximo a la Tricotilomanía. Son señales muy sutiles, manías quizá, que nos van llenando de una animadversión progresiva. 
 
A mí, las cosas que más me sacan de quicio y que me podrían convertirme en una enajenada mental son:
 
-          Que me toquen con las manos mojadas.  Sencillamente no puedo, me reconcome. Me da un asco que me quiero morir. Si cualquier persona que ha estado lavándose las manos y apenas se las ha secado,  viene y me toca el cuello, la cara, los hombros o lo que sea, me entran ganas de abofetearl@ como respuesta. Además, aunque las manos las traiga mojadas de agua, no puedo evitar pensar que es orina, no sé por qué. 
 

 
-          Que me den pellizcos mientras me hablan y yo estoy atendiendo otra cosa. Tengo un compañero de trabajo en especial que me lo hace constantemente. Se acerca a mi mesa, yo estoy cara al ordenador muy concentrada y se pone a contarme cualquier nimiedad. Como no le hago demasiado caso, en un intento de llamar la atención, crea un contacto físico consistente en pellizcar la parte inferior de mi brazo, muy próxima a la axila. De verdad, cuando esto ocurre, tengo que respirar profundamente  para sofocar las ganas que me entran de girarme y darle una patada en los huevos.
 
-          Idem a lo anterior pero sin pellizcos. Si estoy concentrada en algo y viene alguien a consultarme/contarme cualquier cosa, me dan ganas de pegarle un bufido que le cambie hasta el peinado. Vamos a ver… si ves que una persona está muy metida con algo, cuya atención en ese momento se nota que está íntegramente enfocada a ese particular, ¿no ves que es una falta de educación ponerte a hablarle (normalmente de gilipolleces) e interrumpir su dedicación? Esto mismo se aplica a la gente que te da conversación cuando estás leyendo un libro, viendo una película, escuchando música o similares. Muerte a tod@s.
 
-          Caminar con los zapatos mojados. En caso de que llueva repentinamente (si no ya me cuido yo de que no se me mojen) y me pille el aguacero sin resguardo alguno, el hecho de que se me mojen los zapatos es comparable a que me asfixien con una bolsa de plástico. Me ahogan. Si es invierno es casi peor: si se calan los calcetines se me mete satán en el cuerpo. Me es algo casi intolerable.
 
-          Que me toquen el pelo, especialmente el flequillo (zona prohibida). Más de una vez, en alguna situación melosa con un chico que me gusta, este detalle ha despertado en mí un sentimiento de rechazo absoluto. Él, mirándome con cariño, me ha acariciado la mejilla (con la mano seca) y luego me HA APARTADO EL FLEQUILLO. ¿Hola? ¿Esto por qué? Las cosas quietecitas en su sitio, no es plan de dejarme como un gallo con la cresta plantada. Esto también me ocurre si me revuelven el pelo o me lo acarician chafándomelo de tal manera que ni el alisado japonés. En definitiva, el pelo ni tocarlo.
 
-          Gente que entra al metro como bisontes en manada a por un sitio libre. ¿Qué lleváis sin sentaros, dos años?  Esa tendencia brutal a colocarse estratégicamente en el andén, ojo avizor para que nadie se les adelante, y entrar en marabunta como si un asiento libre fuera el último Dorado, no la entiendo. Y me cabrea soberanamente.
 

 
-          Gente que se cuela sin miramientos. Me dan ganas de partirles la cara. Algun@s ni siquiera se molestan en hacerlo disimuladamente. Es más, parecen creerse en derecho de hacerlo por ser personas mayores en su mayoría. Luego se ponen impertinentes si les recriminas su acto, que ya es el acabose. Un día arderé por combustión espontánea debido a esto.
 

 
Lo dicho: en días así mejor recluirse hasta que todo amaine.
 
Hasta más ver.

miércoles, 10 de julio de 2013

Esos días.

Estoy a dos días de que me baje la regla. No sólo tengo una maravillosa aplicación en el móvil que me avisa eficientemente de la visita oficial, si no que además, mi propio estado de ánimo es un indicador infalible del advenimiento.  No siempre ni con la misma intensidad, pero aunque sea con señales sutiles, sé que algo está cociéndose en mis ovarios y por tanto, alterando todas mis hormonas.
 
Según estudios científicos, entre los días 23 y 28 del ciclo menstrual, es cuando más se perciben estos cambios anímicos. Esta fase se caracteriza por los sentimientos negativos, que se extienden a la depresión, ansiedad, irritabilidad y la baja autoestima.
 



Y esto es una verdad como un templo. Ojo, que hay estados que nada tienen que ver con el periodo y que a lo sumo lo más que puede pasar es que nos los intensifiquen. Es decir, la menstruación no siempre es la causa de un conflicto como piensan algunos, si no el potenciador de ciertos sentimientos como consecuencia.
 
Partiendo de la base irrefutable de que el periodo altera nuestras hormonas y por tanto, cambia nuestro humor, tengo que mostrarme en total desacuerdo con algunas apreciaciones que se hacen al respecto. Muchas veces hemos sido tratadas de “locas” en estos días. No se nos tiene en cuenta o se nos culpabiliza de cualquier mal rollo por estar con la regla. Supongo que en algunas más que en otras, la cosa nos afecta hasta cierto punto, pero de ahí a pensar que nos convertimos en unas lunáticas, va un trecho. 
 
 
Frases como “ya lo hablaremos en otro momento porque ahora estás con la regla”, nos idiotizan, rebajan y nos inutilizan. Somos tratadas como seres volubles que en pleno trance son incapaces de pensar con claridad. Los hombres son muy dados a decir este tipo de cosas y nos apartan alegóricamente a un lado hasta que se nos pase el marrón. Esto hay que saber manejarlo: bastante tenemos ya con sangrar, padecer dolores y calambres o experimentar bajonas inexplicables para que encima venga un maromo y nos trate de subnormales.
 
Creo que podemos perder los papeles en algún momento y casi siempre fruto de alguna circunstancia ajena a nuestra menstruación. O podemos sentirnos deprimidas, malhumoradas, apáticas, lloronas… pero… ¿en serio sólo nos pasa a nosotras?
 
Así como en la mujer el aumento y la disminución de las hormonas influye en su comportamiento, lo mismo pasa con el hombre. Quizá no de un modo cíclico como nos ocurre a nosotras, que por otra parte nos otorga cierto control: podemos saber con exactitud cuándo nos vamos a sentir más vulnerables y por tanto, tratar de moderar nuestras reacciones. 
 
Pero el caso es que los hombres a veces también se muestran muy “menstruales”. Y además sin control, sin ciclo, sin orden alguno. Pero poseen su cóctel particular de hormonas y estas aumentan o disminuyen con sus consecuencias en el estado anímico.
 
Poco se habla de esto. Y dudo de que sea sólo mi caso en particular, pero me he topado con hombres que válgame el cielo el follón de hormonas que llevan dentro: tienen sus bajones, de repente necesitan mimos, se sienten solos, se muestran irritables, malhumorados, nostálgicos… en fin, lo mismito que nosotras pero sin una regulación específica.
 

Somos química al fin y al cabo. Y las hormonas nos afectan en la medida en la que seamos conscientes de todo este barullo y sepamos modularlo. Por tanto, ya está bien de echarle la culpa a la regla por todo, que todo sea dicho, es lo más fácil a la hora de evadir un tema o justificarlo todo.
 
Aunque menos mal que la cosa evoluciona y hemos pasado de ser repudiadas/demonizadas por este hecho a considerarnos personas “sutilmente alteradas en conductas y emociones”. Esto es una pequeña muestra de lo que se ha llegado a decir/hacer:
 
·         EN DIVERSOS CLANES de la edad antigua, cuando una mujer comenzaba a sangrar era subida a las copas de los árboles, se colocaban sobre un cajón hecho de hojas o se enterraban hasta la cintura. Todo por temor a que alguna gota de su sangre contagiara a la tierra, marchitándola -perdiéndose las cosechas-, o ésta se expusiera al sol y su impureza afectara al cielo y las lluvias.
·         LOS FALASHAS O judíos de origen etiope colocan a sus mujeres menstruantes en ‘casas de sangre’, en las que son reclutadas durante siete días hasta que esa etapa de impureza demoníaca desaparece. Así, además, evitan que los humores que desprenden los exciten y tengan relaciones que dejaran en sus penes el veneno.
·         LOS CHIRIGUANAS de los Andes aislaban a las niñas en el momento de su primera regla y durante un año en habitáculos en los que no podían hablar con nadie y permanecían de cara a la pared. Periodo en el que consideraban que podían salir sin infectar a nadie.
·         LOS INDIOS MONDURUCUS de Brasil encerraban a las mujeres durante ‘sus días’ en una celda especial dentro de su cabaña menstrual, y todo el pueblo podía acudir a arrancarles el cabello.
·         En España y otros países europeos: Cuando está menstruando, la mujer no debía tocar las plantas, ni ducharse ni lavarse la cabeza. Tampoco se debían tener relaciones sexuales, lo cual era considerado sucio e inaceptable.
·         Entre egipcios y hebreos era un ritual obligatorio que la mujer se sometiera a baños especiales de limpieza al final de cada regla, ya que era considerado un veneno.
·         El libro sagrado de la Biblia considera que la mujer era impura durante su periodo menstrual. Incluso se llegó a calificar de pecaminoso que una mujer entrara en la Iglesia durante sus días de regla.
·         En la China antigua estaba establecido que la sangre menstrual no debía tocar el suelo por temor a ofender al espíritu de la Tierra.
 
Y se quedaban tan anchos, oye. Hoy en día ya no se nos considera sucias o impuras, pero todavía existen cierto prejuicios en torno a nuestros ciclos menstruales. Y no deberíamos asentarnos en ellos y asumirlos como normales. Nuestras hormonas nos alteran, está claro, pero que no nos hagan parecer retrasadas, inútiles o chifladas. Porque en ese saco cabemos tod@s, independientemente del género.
 

 

jueves, 27 de junio de 2013

FEMEN


Vamos con FEMEN, ese grupo feminista y revolucionario de reciente creación que ha dado que hablar por sus estéticas protestas y sus integrantes.

 

FEMEN, con sede en Kiev (Ucrania), está liderado por  Anna Hutsol. Nace por la necesidad de defender los derechos de la mujer en Ucrania, instándolas a ser más partícipes de la sociedad y crear en el 2017 la “Revolución de las mujeres”. Qué bonito todo.

 


Y más bonitas son sus protestas: unas 20 integrantes activas la lían parda donde sea haciendo un topless como dios manda. Pechos fuera y a vociferar. Y ahora se están pasando a los culos, a los desnudos integrales, a lo que haga falta, vamos… según estas revoltosas muchachas (comprenden entre 18 y 22 años) el cuerpo es su instrumento de protesta y afirman convencidas, que antes de desnudarse, nadie les hacía el más mínimo caso.  Ahora protagonizan unas broncas con los policías de aúpa, y está claro que impactan de lleno en la opinión popular. 

 

Además, ellas son lo más de lo más: tipazo, todo bien colocado y un aspecto muy cuidado en general. Llevan su lencería mona, coronas de flores en el pelo y atuendos que les sientan divinamente.


 

FEMEN se dio a conocer principalmente por la que montaron al cargarse una cruz católica erigida como monumento a los millones de católicos del Este que fueron víctimas de la persecución soviética. La derribaron y luego una integrante protagonizó un bonito performance en la que se colgaba de otra cruz imitando a Cristo con los pechotes al aire, of course . Los católicos, como es de suponer pusieron el grito en el cielo y echaron espumarajos por la boca al contemplar tal osadía. Y es que FEMEN, aborrece profundamente el catolicismo, islamismo y todo lo que acabe en ismo que suponga un mazazo a los derechos de la mujer.

 

Son chicas guerreras que acumulan multas, bloqueos, enfrentamientos con la poli, juicios, denuncias… no les falta de nada. Aunque principalmente actúan en Kiev, están ampliando horizontes a otros países, e  incluso aquí en España, ya tenemos una representante: la bonica asturiana Lara Alcázar.

 

Hutsol además, ha emprendido una cruzada contra la prostitución de su país y se opuso a su legalización.  Resulta que el gobierno fue a dar vía libre (y legal) al asunto durante la Eurocopa 2012…. Los señores políticos siempre tan acertados…. Está claro que si va a haber marabunta de turistas por acontecimientos deportivos, lo mejor que se puede hacer es legalizar la cosa para que luego no vengan los líos. Vamos, que la situación de las prostitutas queda relegada a un segundo plano y aquí todos a follar legalmente, que la Eurocopa son dos días (aunque yo pienso que las prostitutas saldrían ganando con la legalización, nos guste o no nos guste ese trabajo…)


 

En fin, que las señoritas de FEMEN van a por todas y les sacan los colores a quién haga falta. Pero no es oro todo lo que reluce o al menos eso comenta cierta parte de la opinión pública. Sobre la financiación del movimiento se rumorea que las chicas reciben generosos aportes por sus actividades públicas y cuentan con grandes y ricos benefactores que apoyan económicamente todo el asunto. Las integrantes han negado rotundamente esto y aseguran que el apoyo no supera los mil dólares mensuales.

 

Por otro lado Tatyana Bureychak, experta ucraniana en temas de género, afirma que la mayoría de las mujeres ucranianas de a pie no se sienten identificadas con el movimiento Femen, ya que lo consideran vulgar y contrarios al feminismo.
Y no hablemos ya de los católicos, islamistas y demás. Si pudieran las prendían en la hoguera una a una.

 

Como todo movimiento, tiene sus detractores y sus benefactores, eso está claro. Y hacen ruido, todo el que pueden, aunque muchas veces quieran ocultarlas bajo el manto de la  indiferencia asegurando que sus actos no tienen apenas relevancia.

 
 


Yo no sé que habrá detrás de todo esto. Me pregunto si es un movimiento transparente y sin más intención que la de montar un buen follón justificado. Lo que veo me parece bien: el desnudo sigue impactando a mucha gente y de igual modo puede utilizarse como un instrumento de poder, aunque esto suene de todo menos feminista. Supongo que aquí está el argumento de much@s para desmerecerlo. Pero a mí me caen simpáticas, oye. Además hacen unas performances y unos teatrillos de lo más interesantes.


Yo desde luego, pienso esperar con el alma en vilo esa “Revolución de las mujeres” del año 2017, que suena deliciosamente bien. Hasta entonces, voy a prepararme bien las coronas de flores para el pelo, la lencería fina  y las tetas. Deseandito estoy.


lunes, 24 de junio de 2013

Cuidado con lo que leemos.



Heroínas femeninas. Supuestamente grandes mujeres al frente de una historia que nos debe calar o enseñar algo. Modelos de imitación peligrosos. Referencias confusas al fin y al cabo.

 

Cada vez que alguien habla (bien) de Las Cincuenta sombras de Grey a mi me provoca sarpullidos. Sobre todo si quién lo hace es una mujer. Y me lleva al colapso cuando afirma que es un hito en la literatura femenina o, en cierto modo,  una revolución en nuestro mundo.

 
 


Yo decidí leerlo no hace mucho. Creo que hay que meterse de lleno en las cosas para poder decir algo concreto de ellas y no dar sólo ideas vagas y difusas. Es decir, a veces leo/veo mierda para constatar que se trata de mierda, ni más ni menos. Para unos una pérdida de tiempo. Para mí una reafirmación de mis ideas en muchos casos.

 

Al lío: la historia que nos narra esta novela es la de un amor tan surrealista como infame. Los dos personajes son muy poco creíbles, sobre todo el señor Grey: rico, escandalosamente guapo, joven, educado, sensible, inteligente… ¿algo más? Si: sexual, muy sexual. Entonces claro, una mojigata como es Anastasia se pirra  por sus huesos de una manera totalmente pueril. ¿Cuál es la pega?: que al señorito le gusta ponerle el culo morado, dominarla como a una potrilla y tenerla a su entera disposición cuando a él le plazca. El sado está muy mal enfocado en estas páginas, todo hay que decirlo, porque una espera meterse de lleno en ese mundo oscuro y acaba dando risa.

 


Vamos a ver… Una Anastasia del mundo real dudo mucho que acabe convirtiendo a un sadomasoquista en un príncipe azul por amor. Está el chirriante tema de la “conversión” que a mí me pone de los nervios: ella quiere cambiar a toda costa las actitudes de Grey y negocia algunos cachetes con coitos amorosos hasta que él va transformándose  en un hombre decente. Por favor. Basta ya de intentar enseñar que podemos cambiar a las personas, a los hombres concretamente. Ya está bien de crear expectativas infructuosas en las que la mujer acabará convirtiendo al hombre en un ser adorable, moldeado por ella y para ella. Si esto es lo que esperamos de las relaciones, apaga y vámonos.

 

El caso es que esta necesidad de transformación se ve en muchos libros/películas y este mensaje tan falso va calando y creando expectativas frustradas. Cuantas veces hemos vivido intensamente la historia de chico malo incapaz de amar al que una chica buena acaba conquistando y convirtiendo en un ángel inmaculado. Esto en la vida real no ocurre, tengámoslo claro. No hay necesidad de ir por la vida en plan mesías del amor porque todo cuanto nos vamos a encontrar es con la realidad pura y dura: ellos son como son y no estamos en el derecho de transformar nada. En todo caso, sí podemos elegir a nuestros posibles amantes de una manera más inteligente y podemos intentar discernir lo que nos conviene de lo que no, digo yo.

 

Bueno, el caso es que la señorita Anastasia es un modelo a seguir deplorable. Pueril, ingenua, tonta (sus diosas interiores tan comentadas a lo largo de la novela dan vergüenza ajena) y con poco carácter (aunque quieran vendernos lo contrario).  No tiene el control de su vida si no todo lo contrario: gira en torno a la masculinidad representada por el irreal Grey y se deja hacer y llevar de una manera muy púber.

 

Estos referentes me dan tanta pena como vergüenza. Y me da más vergüenza todavía que se venda como una historia de liberación para las mujeres, que deben haber estado matándose a dedos todo lo que duraron sus lecturas. ¿De verdad hace falta leerse este bodrio para redescubrir nuestra sexualidad? Para mí es como masturbarse viendo Sonrisas y lágrimas: igual de absurdo.

 

En fin.  Iba a hablar también de la manera en la que está escrita la novela, pero es que no requiere mención alguna más que esta: abominable. Deberíamos exigir cierta calidad en nuestras lecturas y ahondar en el mensaje que nos están lanzando. No podemos ensalzar a niñatas cachondas y demás seres sin voluntad. La mujer es otra cosa. Y el hombre también, mal que nos pese.


martes, 18 de junio de 2013

June Mansfield, la musa más loca.


Bueno, pues hoy toca hablar de June. Así para empezar tiene un precioso nombre que le sentaba como un guante. June es un nombre del medievo y puede hacer referencia al mes de Junio o a Juno:  diosa de la maternidad en la mitología romana, protectora de las mujeres, los compromisos, el Estado, reina del Olimpo y mujer de Júpiter. Una mujeraza esta Juno. Y no menos lo fue la portadora de su nombre, aunque intuyo que un poquito más loca.

 
 
Su biografía no es demasiado concisa y está llena de lagunas y rumores sin confirmar. Si en algo coinciden tod@s aquell@s que la describen, es en su particular belleza.  June era una mujer pálida de cabellos negros, pómulos prominentes y un cuello de cisne.

Desde que era pequeña quería ser una artista y a los quince años ya estaba haciendo de taxi dancer en un salón de Baile de Broadway llamado Orpheum Dance Palace. Y allí mismo la conoce Henry Miller, que es un zorro de cuidado. Por aquel entonces estaba casado y tenía una hija, pero hacía vida de soltero como si nada. Se enamora de ella nada más verla y no se cansa de insistir hasta seducirla. Quedan una noche a cenar en un chino y Miller queda completamente hechizado por el carácter de June, que se exhibe seductora y culta ante los ojos del macho. Ambos caen como moscas.

La verdad es que tenía algo, la jodía.
 

Un año más tarde Miller se divorcia de su cornuda mujer y se casa con June. Cuentan que tomaron un tren a Nueva Jersey para tal acontecimiento y que este fue un viaje de lo más accidentado: de camino, June duda de su amor por Miller y tienen una pelotera de cuidado tras lo cual, esta laberíntica mujer, se baja del tren y lo deja plantado. Tras la posterior reconciliación vuelven a emprender camino y cuando llegan al destino, los dos amigos que iban a ejercer de testigos no se presentan. Tuvieron que coger a dos extranjeros que pasaban por allí para que hicieran tales funciones.
June, en su matrimonio con Miller, se comportará de una manera errante e inestable, dándole al hombre más de un disgusto. Pero él vive obsesionado con el misterio que encierra esa apasionante mujer llena de evasivas y secretos que nunca lograría averiguar. Esto inspira al escritor de una manera desbordante y escribe algunas de sus mejores obras durante aquella febril época.  June, además, había instado (o más bien obligado) a su esposo a abandonar su trabajo en Western Union para dedicarse plenamente a la literatura. Fue su instigadora, su motor.

Pero en la vida de June, todo es inesperado y cambiante.  Acaba trabajando como tanguista en una sala de baile de Greenwich Village, famosa por su asistencia de público homosexual. Por lo visto, a las lesbianas se le caían las bragas al suelo cada vez que veían salir a June a bailar. Y como June no le hace ascos a nada, se encapricha de una chica de 21 años llamada Jean Kronski, artista y poeta.  Todo un combinado de sensaciones que hacer que caigan en un delirio mutuo. De modo que June, ni corta ni perezosa, se la lleva a vivir con ella y con Miller como quién lleva una mascota a casa.

Aquí viene uno de los pasajes que más me gustan de toda esta historia: June y Jean cogen la bonita costumbre de salir por las noches y beben hasta perder los papeles y todo lo demás. Llegaban a casa borrachas, ya de madrugada y cogidas del brazo. Cachondas totales y descojonadas como dos adolescentes de Erasmus.  Miller era el espectador de todo este trajín lésbico y  se siente apartado. Cree que esa niñata venida de los antros más oscuros le está arrebatando el amor de su mujer. Miller escribe entonces, totalmente enajenado,  sobre este periodo de su vida tan caótico. Aquellas dos mujeres infernales arrasan con su estabilidad, que ya de por sí era escasa.

No estoy muy segura de que sean June y Jean... hay muy pocas fotos al respecto.
 
Yo es que me imagino esas escenas nocturnas y me troncho toda. Veo al pobre Miller viéndolas llegar,  completamente ebrias y metiéndose en la habitación juntas, dándole con la puerta en las narices… y oye, a una le entra cierta simpatía por ellas.

La cosa sin embargo se pone más seria para el desequilibrado Miller, cuando un día llega a casa y encuentra una nota de su esposa en la que le comunica que se ha ido a Europa con Jean.

Le había abandonado así, sin más. Miller ya sólo puede escribir compulsivamente, como si ese acto pudiera salvar su atormentado espíritu. Por esa época se empieza a obsesionar con marcharse a París, algo que cumplirá poco después. Más o menos un año después de la marcha de su esposa, recibe de nuevo noticias de ella: una carta en la que le cuenta que se ha separado de Jean y que se marcha a Viena con unos amigos. Vete tú a saber.

Miller solía decir de ella : "Le gustan las orgías… orgía de conversaciones, orgía de ruidos, orgía de sexo, orgía de sacrificio, de odio, de lágrimas". Así que suponemos lo bien que se lo tuvo que pasar la buena mujer en sus viajes por Europa rodeada de amigos y amigas. Poca broma.


Miller finalmente se va a Paris, y allí comienza su amistad con Anaïs Nin, otra mujer excepcional de quién ya he hablado anteriormente. A Miller, claro está, lo de las mujeres sencillas no le iba lo más mínimo. Gozaba como un cerdo en una cochiquera con las tías más oscuras y delirantes y Anaïs era todo un primor en ese aspecto. Pero no logra a olvidar a June, cuyo recuerdo le persigue allá a donde va. 

 


Un día, ésta le anuncia por carta su llegada a Francia. El pobre Miller se descompone de pensar en su regreso: la ama y la teme al mismo tiempo.  Se lo cuenta todo a Anaïs para que le proteja de algún modo de ese reencuentro.


Entonces ocurre algo sorprendente: Anaïs queda hechizada por June nada más verla. El poder de seducción de esta mujer debía ser algo grandioso. El caso es que Miller tiene que volver a presenciar la morbosa atracción de su esposa y su amante (lo cual no debería  ser ningún suplicio en principio…). No se sabe a ciencia cierta que tipo de relación mantuvieron ambas mujeres, pero salían juntas de noche, se montaban sus fiestas y se besaban en la boca.  Se comenta además, que se aliaron de algún modo contra Miller iniciando una “guerra de los sexos”. Entre tanto, éste estaba venga a escribir como un poseso.

 


Pero a June, una vez más, le da uno de sus puntazos y se marcha de París dejando a su esposo y a Anaïs completamente derrumbados. Ambos quedan  atrapados en sus redes, fascinados con su belleza, su enigma y su maravilloso libertinaje. Y escriben sobre ella como si no hubiera mañana.


Poco se sabe de los años posteriores de June. Se divorció de Miller, regresó a Nueva York y trabajó como asistente social en Queens. Su pasado de cabaretera alegre se esfumó en el tiempo y hasta Miller y Anaïs acabaron perdiendo su interés por ella.

 
Como una buena diva, acabó sus días enferma y sumida en la pobreza. De hecho, el único encuentro que tuvo con su ex esposo, sucedió en esta etapa tan deprimente y Miller quedó desagradablemente sorprendido con la mujer que se encontró: no tenía nada que ver con la mujer radiante y seductora que tanto amó. Estaba marchita y dolorosamente envejecida.  Nada había en ella que le recordara a la persona que fue, tan brillante e hipnótica. Era sólo una vieja loca y enferma a la que se rumorea que acabaron metiendo en un psiquiátrico.


A veces creo que estas personas de vida tan excepcional no pueden tener un final feliz. Es como si la pincelada final a sus días estuviera teñida de incomprensión y dolor.  Pero todo lo demás, todo lo que esta señorita fue, queda como una luz que ilumina sus memorias. June también fue  única e irrepetible en un tiempo en el que las mujeres eran poco más que sombras y sólo por eso, merece ser recordada.

 

“Si nos volvemos hacia una realidad más grande, es una mujer quien nos tendrá que enseñar el camino. La hegemonía del macho ha llegado a su fin. Ha perdido contacto con la tierra”.

Henry Miller.