martes, 18 de junio de 2013

June Mansfield, la musa más loca.


Bueno, pues hoy toca hablar de June. Así para empezar tiene un precioso nombre que le sentaba como un guante. June es un nombre del medievo y puede hacer referencia al mes de Junio o a Juno:  diosa de la maternidad en la mitología romana, protectora de las mujeres, los compromisos, el Estado, reina del Olimpo y mujer de Júpiter. Una mujeraza esta Juno. Y no menos lo fue la portadora de su nombre, aunque intuyo que un poquito más loca.

 
 
Su biografía no es demasiado concisa y está llena de lagunas y rumores sin confirmar. Si en algo coinciden tod@s aquell@s que la describen, es en su particular belleza.  June era una mujer pálida de cabellos negros, pómulos prominentes y un cuello de cisne.

Desde que era pequeña quería ser una artista y a los quince años ya estaba haciendo de taxi dancer en un salón de Baile de Broadway llamado Orpheum Dance Palace. Y allí mismo la conoce Henry Miller, que es un zorro de cuidado. Por aquel entonces estaba casado y tenía una hija, pero hacía vida de soltero como si nada. Se enamora de ella nada más verla y no se cansa de insistir hasta seducirla. Quedan una noche a cenar en un chino y Miller queda completamente hechizado por el carácter de June, que se exhibe seductora y culta ante los ojos del macho. Ambos caen como moscas.

La verdad es que tenía algo, la jodía.
 

Un año más tarde Miller se divorcia de su cornuda mujer y se casa con June. Cuentan que tomaron un tren a Nueva Jersey para tal acontecimiento y que este fue un viaje de lo más accidentado: de camino, June duda de su amor por Miller y tienen una pelotera de cuidado tras lo cual, esta laberíntica mujer, se baja del tren y lo deja plantado. Tras la posterior reconciliación vuelven a emprender camino y cuando llegan al destino, los dos amigos que iban a ejercer de testigos no se presentan. Tuvieron que coger a dos extranjeros que pasaban por allí para que hicieran tales funciones.
June, en su matrimonio con Miller, se comportará de una manera errante e inestable, dándole al hombre más de un disgusto. Pero él vive obsesionado con el misterio que encierra esa apasionante mujer llena de evasivas y secretos que nunca lograría averiguar. Esto inspira al escritor de una manera desbordante y escribe algunas de sus mejores obras durante aquella febril época.  June, además, había instado (o más bien obligado) a su esposo a abandonar su trabajo en Western Union para dedicarse plenamente a la literatura. Fue su instigadora, su motor.

Pero en la vida de June, todo es inesperado y cambiante.  Acaba trabajando como tanguista en una sala de baile de Greenwich Village, famosa por su asistencia de público homosexual. Por lo visto, a las lesbianas se le caían las bragas al suelo cada vez que veían salir a June a bailar. Y como June no le hace ascos a nada, se encapricha de una chica de 21 años llamada Jean Kronski, artista y poeta.  Todo un combinado de sensaciones que hacer que caigan en un delirio mutuo. De modo que June, ni corta ni perezosa, se la lleva a vivir con ella y con Miller como quién lleva una mascota a casa.

Aquí viene uno de los pasajes que más me gustan de toda esta historia: June y Jean cogen la bonita costumbre de salir por las noches y beben hasta perder los papeles y todo lo demás. Llegaban a casa borrachas, ya de madrugada y cogidas del brazo. Cachondas totales y descojonadas como dos adolescentes de Erasmus.  Miller era el espectador de todo este trajín lésbico y  se siente apartado. Cree que esa niñata venida de los antros más oscuros le está arrebatando el amor de su mujer. Miller escribe entonces, totalmente enajenado,  sobre este periodo de su vida tan caótico. Aquellas dos mujeres infernales arrasan con su estabilidad, que ya de por sí era escasa.

No estoy muy segura de que sean June y Jean... hay muy pocas fotos al respecto.
 
Yo es que me imagino esas escenas nocturnas y me troncho toda. Veo al pobre Miller viéndolas llegar,  completamente ebrias y metiéndose en la habitación juntas, dándole con la puerta en las narices… y oye, a una le entra cierta simpatía por ellas.

La cosa sin embargo se pone más seria para el desequilibrado Miller, cuando un día llega a casa y encuentra una nota de su esposa en la que le comunica que se ha ido a Europa con Jean.

Le había abandonado así, sin más. Miller ya sólo puede escribir compulsivamente, como si ese acto pudiera salvar su atormentado espíritu. Por esa época se empieza a obsesionar con marcharse a París, algo que cumplirá poco después. Más o menos un año después de la marcha de su esposa, recibe de nuevo noticias de ella: una carta en la que le cuenta que se ha separado de Jean y que se marcha a Viena con unos amigos. Vete tú a saber.

Miller solía decir de ella : "Le gustan las orgías… orgía de conversaciones, orgía de ruidos, orgía de sexo, orgía de sacrificio, de odio, de lágrimas". Así que suponemos lo bien que se lo tuvo que pasar la buena mujer en sus viajes por Europa rodeada de amigos y amigas. Poca broma.


Miller finalmente se va a Paris, y allí comienza su amistad con Anaïs Nin, otra mujer excepcional de quién ya he hablado anteriormente. A Miller, claro está, lo de las mujeres sencillas no le iba lo más mínimo. Gozaba como un cerdo en una cochiquera con las tías más oscuras y delirantes y Anaïs era todo un primor en ese aspecto. Pero no logra a olvidar a June, cuyo recuerdo le persigue allá a donde va. 

 


Un día, ésta le anuncia por carta su llegada a Francia. El pobre Miller se descompone de pensar en su regreso: la ama y la teme al mismo tiempo.  Se lo cuenta todo a Anaïs para que le proteja de algún modo de ese reencuentro.


Entonces ocurre algo sorprendente: Anaïs queda hechizada por June nada más verla. El poder de seducción de esta mujer debía ser algo grandioso. El caso es que Miller tiene que volver a presenciar la morbosa atracción de su esposa y su amante (lo cual no debería  ser ningún suplicio en principio…). No se sabe a ciencia cierta que tipo de relación mantuvieron ambas mujeres, pero salían juntas de noche, se montaban sus fiestas y se besaban en la boca.  Se comenta además, que se aliaron de algún modo contra Miller iniciando una “guerra de los sexos”. Entre tanto, éste estaba venga a escribir como un poseso.

 


Pero a June, una vez más, le da uno de sus puntazos y se marcha de París dejando a su esposo y a Anaïs completamente derrumbados. Ambos quedan  atrapados en sus redes, fascinados con su belleza, su enigma y su maravilloso libertinaje. Y escriben sobre ella como si no hubiera mañana.


Poco se sabe de los años posteriores de June. Se divorció de Miller, regresó a Nueva York y trabajó como asistente social en Queens. Su pasado de cabaretera alegre se esfumó en el tiempo y hasta Miller y Anaïs acabaron perdiendo su interés por ella.

 
Como una buena diva, acabó sus días enferma y sumida en la pobreza. De hecho, el único encuentro que tuvo con su ex esposo, sucedió en esta etapa tan deprimente y Miller quedó desagradablemente sorprendido con la mujer que se encontró: no tenía nada que ver con la mujer radiante y seductora que tanto amó. Estaba marchita y dolorosamente envejecida.  Nada había en ella que le recordara a la persona que fue, tan brillante e hipnótica. Era sólo una vieja loca y enferma a la que se rumorea que acabaron metiendo en un psiquiátrico.


A veces creo que estas personas de vida tan excepcional no pueden tener un final feliz. Es como si la pincelada final a sus días estuviera teñida de incomprensión y dolor.  Pero todo lo demás, todo lo que esta señorita fue, queda como una luz que ilumina sus memorias. June también fue  única e irrepetible en un tiempo en el que las mujeres eran poco más que sombras y sólo por eso, merece ser recordada.

 

“Si nos volvemos hacia una realidad más grande, es una mujer quien nos tendrá que enseñar el camino. La hegemonía del macho ha llegado a su fin. Ha perdido contacto con la tierra”.

Henry Miller.

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