lunes, 24 de junio de 2013

Cuidado con lo que leemos.



Heroínas femeninas. Supuestamente grandes mujeres al frente de una historia que nos debe calar o enseñar algo. Modelos de imitación peligrosos. Referencias confusas al fin y al cabo.

 

Cada vez que alguien habla (bien) de Las Cincuenta sombras de Grey a mi me provoca sarpullidos. Sobre todo si quién lo hace es una mujer. Y me lleva al colapso cuando afirma que es un hito en la literatura femenina o, en cierto modo,  una revolución en nuestro mundo.

 
 


Yo decidí leerlo no hace mucho. Creo que hay que meterse de lleno en las cosas para poder decir algo concreto de ellas y no dar sólo ideas vagas y difusas. Es decir, a veces leo/veo mierda para constatar que se trata de mierda, ni más ni menos. Para unos una pérdida de tiempo. Para mí una reafirmación de mis ideas en muchos casos.

 

Al lío: la historia que nos narra esta novela es la de un amor tan surrealista como infame. Los dos personajes son muy poco creíbles, sobre todo el señor Grey: rico, escandalosamente guapo, joven, educado, sensible, inteligente… ¿algo más? Si: sexual, muy sexual. Entonces claro, una mojigata como es Anastasia se pirra  por sus huesos de una manera totalmente pueril. ¿Cuál es la pega?: que al señorito le gusta ponerle el culo morado, dominarla como a una potrilla y tenerla a su entera disposición cuando a él le plazca. El sado está muy mal enfocado en estas páginas, todo hay que decirlo, porque una espera meterse de lleno en ese mundo oscuro y acaba dando risa.

 


Vamos a ver… Una Anastasia del mundo real dudo mucho que acabe convirtiendo a un sadomasoquista en un príncipe azul por amor. Está el chirriante tema de la “conversión” que a mí me pone de los nervios: ella quiere cambiar a toda costa las actitudes de Grey y negocia algunos cachetes con coitos amorosos hasta que él va transformándose  en un hombre decente. Por favor. Basta ya de intentar enseñar que podemos cambiar a las personas, a los hombres concretamente. Ya está bien de crear expectativas infructuosas en las que la mujer acabará convirtiendo al hombre en un ser adorable, moldeado por ella y para ella. Si esto es lo que esperamos de las relaciones, apaga y vámonos.

 

El caso es que esta necesidad de transformación se ve en muchos libros/películas y este mensaje tan falso va calando y creando expectativas frustradas. Cuantas veces hemos vivido intensamente la historia de chico malo incapaz de amar al que una chica buena acaba conquistando y convirtiendo en un ángel inmaculado. Esto en la vida real no ocurre, tengámoslo claro. No hay necesidad de ir por la vida en plan mesías del amor porque todo cuanto nos vamos a encontrar es con la realidad pura y dura: ellos son como son y no estamos en el derecho de transformar nada. En todo caso, sí podemos elegir a nuestros posibles amantes de una manera más inteligente y podemos intentar discernir lo que nos conviene de lo que no, digo yo.

 

Bueno, el caso es que la señorita Anastasia es un modelo a seguir deplorable. Pueril, ingenua, tonta (sus diosas interiores tan comentadas a lo largo de la novela dan vergüenza ajena) y con poco carácter (aunque quieran vendernos lo contrario).  No tiene el control de su vida si no todo lo contrario: gira en torno a la masculinidad representada por el irreal Grey y se deja hacer y llevar de una manera muy púber.

 

Estos referentes me dan tanta pena como vergüenza. Y me da más vergüenza todavía que se venda como una historia de liberación para las mujeres, que deben haber estado matándose a dedos todo lo que duraron sus lecturas. ¿De verdad hace falta leerse este bodrio para redescubrir nuestra sexualidad? Para mí es como masturbarse viendo Sonrisas y lágrimas: igual de absurdo.

 

En fin.  Iba a hablar también de la manera en la que está escrita la novela, pero es que no requiere mención alguna más que esta: abominable. Deberíamos exigir cierta calidad en nuestras lecturas y ahondar en el mensaje que nos están lanzando. No podemos ensalzar a niñatas cachondas y demás seres sin voluntad. La mujer es otra cosa. Y el hombre también, mal que nos pese.


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