Me encanta mi amiga Núria. Y la necesito como el aire que
respiro. Es una persona de esas que te despiertan el lado salvaje, alocado y
despreocupado de la vida. Rodearme de gente así es algo terapéutico y vital,
rejuvenecedor incluso. Con ella me siento una jovenzuela impetuosa sin filtros
ni contenciones. Es decir, hablamos con total naturalidad de unas guarradas tan
escandalosas como quién habla de que ha
subido el pan. Ayer mismo nos dijimos unas lindezas tal que así:
Yo: Putón verbenero,
yo contigo me iba al fin del mundo.
Ella: Vale… pues
quedamos y nos follamos a todos los tíos buenos que veamos.
Y se queda más ancha que larga. Aunque hay que decir que
nuestras intenciones sexuales no dejan de ser un teatro del bueno, del absurdo.
No vamos por ahí intentando follarnos a todos los tíos buenos. Ya nos gustaría…
El caso es que sacamos nuestro lado más depravado juntas y
fantaseamos con orgías, negros, empalamientos y fisting… todo nos acaba dando una risa de morirnos. También compartimos confidencias sexuales
íntimas (algo muy frecuente en el mundo femenino), nos aconsejamos sobre
consoladores y otras herramientas de placer y por la calle nos vamos fijando en
los chicos más atractivos como monas en celo. Es todo muy natural entre
nosotras y por eso estoy enamorada hasta las trancas de su espontaneidad. Es la
mujer más alegre y feliz que conozco. Y eso se contagia. Cuando tengo un mal
día, de esos grises, densos y tristones, basta cruzar un par de palabras con
ella para que todo se vuelva rosa chillón. O rojo putón. Supongo que me hace
relativizar las cosas, verles en lado sonriente y ponerles un toque de humor.
Me hace la vida más llevadera.
Hoy me voy con ella a un restaurante Sirio, no sólo para
probar su exquisita comida, si no para regodearnos con el espectacular físico
de uno de los camareros. El pobre muchacho no sabe lo que le espera…. Va a
acaparar nuestras fantasías sexuales más indecentes y exóticas. Y es que, con
una amiga así, no hay manera de comportarse.
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