viernes, 24 de mayo de 2013

Violencia de género.


La violencia contra las mujeres no es exclusiva de ningún sistema político o económico; se da en todas las sociedades del mundo y sin distinción de posición económica, raza o cultura. Las estructuras de poder de la sociedad que la perpetúan se caracterizan por su profundo arraigo y su intransigencia. En todo el mundo, la violencia o las amenazas de violencia impiden a las mujeres ejercitar sus derechos humanos y disfrutar de ellos.

Amnistía Internacional, Está en nuestras manos. No más violencia contra las mujeres.[20

 


Cuando era pequeña vivíamos en lo que fue el primer piso familiar de mis padres. No fue precisamente una época feliz, pero esa es otra historia.

El caso es que, aparte de nuestros problemas personales, convivíamos pared con pared con un drama familiar mucho más gordo.

Nuestros vecinos de al lado eran un matrimonio con cuatro hijos. El de mayor edad contaba con siete años. El padre era un trasnochador irremediable, un vago de manual y un ser despreciable en muchos sentidos. Pero su peor faceta era la violencia, que se expandía como una marea negra día sí y día también.

Salía casi todas las noches a hacer fechorías tales como beber como un orco, drogarse hasta perder la cabeza y muy posiblemente, zorrear con otras mujeres. Tenía pinta de gitano, pero de gitano guapo. Pelo azabache y engominado, trajes de gánster, piel oscura y chulería para tumbarlos a todos. En cierto modo, tenía porte.

Pero perdía los papeles con la misma facilidad que Jack Torrance y de madrugada, entraba de una manera en el hogar familiar que era un primor. Golpes, insultos, gritos… todo era poco para hacerse de notar. Yo, al otro lado de la pared y completamente aterrada, solía levantarme de la cama y correr a los brazos de mi madre. Ella y la susodicha y maltratada vecina, eran uña y carne. Forjaron su amistad en sus respectivos balcones mientras esperaban a sus maridos que habían salido de putiferios varios. Si, mi padre tampoco andaba muy fino en aquella época… De modo, que los golpes que la vecina recibía, eran a su vez,  golpes terribles en el corazón de mi madre. Padecía por ella y se le hacía insufrible ser testigo de aquella atrocidad.

Mi vecina al principio se achicaba, pero después se defendió como pudo. Como una loba, protegió a sus hijos de aquel mal que destrozaba su seno familiar. Y nosotros con ellos. Salimos muchas veces corriendo calle abajo para, literalmente, esconderlos de aquella bestia.  Llamamos a la policía miles de veces, pero por aquel entonces la sociedad no estaba tan “concienciada” con ese tipo de violencia y no era algo tan escandaloso como para meter en chirona a aquel desgraciado. Denuncias, si. Muchas. Pero todo quedaba ahí.

Mi vecina, como decía, le echó ovarios al asunto. Recuerdo cómo nos contaba que le había lanzado un cenicero a la crisma para defenderse, o le había dado un escobazo en la columna o le había arañado los antebrazos como un puma.

Lo peor de todo, fue la normalización. Empezó a ver casi normales aquellas detectables conductas, convirtiéndolas en una rutina cotidiana. Los besos se convirtieron en bofetadas, los abrazos en empujones y las palabras en insultos, todo muy normal. Y ahí está la peligrosidad, en regularizar esa situación y aceptarla como la vida real, la que te toca vivir, la que hay en definitiva.

Se mantuvo años así. Los niños, por ende, también. De los cuatro, el más sensible era el mayor, pero también el más osado, pues se interponía entre sus desquiciados progenitores a riesgo de llevarse algún hostiazo también. No soportaba lo que le hacían a su madre y ese odio fue creciendo en él hasta la fecha de hoy. Con treinta y seis años, está enchironado por macabros casos de maltrato a sus parejas. Para cuando sus padres se separaron, ya fue demasiado tarde para él y la semilla del rencor se le había metido muy adentro. De modo que repitió las mismas conductas que había aborrecido en su propia casa, pegó con la misma fuerza que su padre y destrozó a mujeres psicológica y físicamente.

Esta terrible epidemia que asola a millones de hogares parece no tener fin. Está en nuestras manos seguir concienciando a las mujeres de todo el mundo contra dicha barbarie. Es una tarea compleja (hace falta mucha psicología para ayudar a una persona a salir de ese infierno), pero debemos seguir luchando a favor de nuestro bienestar como mujeres y por el derecho a una vida familiar estable y feliz.

Para acabar, expongo unas estadísticas al respecto que dan susto al miedo:

  • Del 45% al 60% de los homicidios contra mujeres se realizan dentro de la casa y la mayoría los cometen sus cónyuges.
  • La violencia es la principal causa de muerte para mujeres entre 15 y 44 años de edad, más que el cáncer y los accidentes de tránsito.
  • La violencia contra las mujeres y las niñas es un problema con proporciones de epidemia, la violación de los derechos humanos más generalizada.
  • La Comisión de las Naciones Unidas señala que por lo menos una de cada tres mujeres y niñas ha sido agredida física o abusada sexualmente en su vida.
  • El miedo y la vergüenza siguen impidiendo que muchas mujeres denuncien la violencia y, por ello, los datos recogidos son inconsistentes.
  • Las adicciones alteran la conducta y en la mayoría de casos de violencia a mujeres es bajo el efecto de alcohol o drogas.
  • Cada 15 segundos una mujer es agredida.
  • En 1 de cada 3 hogares ha habido maltrato emocional, intimidación, abuso físico y sexual.
  • A escala mundial, se estima que al menos 1 de cada 3 mujeres ha sido golpeada, coaccionada para tener relaciones sexuales o ha sufrido otro tipo de abusos por algún hombre presente en su vida.
  • Cada 6 horas ocurre el asesinato de una mujer en México.
  • 1 de cada 5 días de trabajo que pierden las mujeres se debe a la violencia que sufren.
  • Cada 9 minutos una mujer es violentada sexualmente.
  • 4 de cada 5 de las mujeres separadas o divorciadas reportaron situaciones de violencia durante su unión, y un 30% continuaron padeciéndola, por parte de ex parejas, después de haber terminado su relación.
  • Más de 85% de los casos de agresión contra mujeres que son denunciados en México quedan impunes.
  • Del total de las mujeres casadas o unidas, 60% ha sufrido algún tipo de violencia patrimonial, ya sea por algún familiar u otra persona.
  • La violencia doméstica tiene un impacto potencial sobre la capacidad futura de los niños para conseguir un empleo adecuado, ya que los niños que vienen de hogares violentos suelen tener escaso rendimiento escolar. En Latinoamérica, la edad promedio de deserción escolar es de 9 años en caso de existir violencia intrafamiliar, contra 12 años en caso de no contar con ella.




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