Ayer, cenando con dos amigos, iniciamos una conversación un tanto
inadecuada para estar delante de un plato de comida: los olores corporales.
Todo se inició hablando de sexo y las sensaciones que nos despiertan ciertas
prácticas, así como la atracción que se puede llegar a sentir por un olor
determinado en otra persona.
Es bien cierto que hay olores físicos que aunque sean fuertes, no son
desagradables ni tienen que ver con una mala higiene. Yo les contaba el caso de
mi ex, que no se ponía desodorante ni fragancia alguna y no emitía ningún hedor
aunque hubiéramos estado dos horas pedaleando en pleno agosto. A él, con agua
fresca le bastaba para conseguir estar limpio. Casi nunca olfateé nada
desagradable en él. Aunque si se descuidaba un poco más de la cuenta sí cantaba un poquito. Lo curioso es que,
precisamente ese olor, no me disgustaba en absoluto. No podía evitar aspirar y
sentirme bien. Me gustaba, había algo irremediablemente atrayente en él.
Uno de mis amigos estaba absolutamente de acuerdo en que hay olores
que nos atraen como moscas a la miel (y a la mierda también) y nos ponen muy
burr@s sin saber por qué. . Científicamente también está constatado este hecho
y se dice que el olor es el detonante absoluto para la atracción entre sexos.
Paradójicamente, cuanto más diferente sea el olor ajeno al propio, mayor será
la atracción que sintamos. Cada uno tenemos un olor único, y a través del sudor
y la orina damos información de nuestros genes. Inconscientemente buscamos un
buen paquete de genes (también se buscan otro tipos de paquetes, claro). Del mismo modo, rechazamos a determinadas
personas por esa información genética que nos llega al hipotálamo, que es quién
recibe toda esta fiesta de hormonas.
Bueno, el caso es que entramos en materia con una anécdota que contó
el otro amigo. Resulta que tuvo una novia a la que sus genitales olían de una
manera muy desagradable. Esto no venía dado por una mala praxis higiénica,
puesto que la muchacha se esmeraba mucho en tener la seta bien acicalada, pero
no había manera: aquello era pestilente a más no poder. Fueron a buscar ayuda a
un ginecólogo porque para mi amigo era más que desesperante. Cómo él dice,
“cuando teníamos sexo, yo era incapaz de bajar a las profundidades”.
El especialista les dijo que no había nada anormal: ni enfermedades,
ni infecciones ni nada preocupante. Y que se conformara, puesto que era su
propio olor y no se podía alterar de forma alguna.
Mi amigo dejó a la chica, pero no por este motivo… aunque ciertamente
yo no lo vería descabellado. El caso es que la conversación tomó el camino de
las “profundidades” y comenzamos hablar del olor (tan peculiar e inimitable) de
los sexos.
Bien. Según mi amigo (el de la novia cadáver) todas las vaginas que huelen
un poco no están sanas. Un coño sano no debe oler a nada, vamos.
Volvemos a entrar en el tema de lo aséptico que es hoy en día todo,
desde la apariencia física hasta las sensaciones que deben despertarnos. Tanto
mi otro amigo como yo nos mostramos en desacuerdo rápidamente. Un coño tiene su
olor, que es único y propio. Partiendo de la base de que están limpios, pueden
emitir igualmente su aroma más íntimo, y
es el hipotálamo de la otra persona el que lo percibe como agradable o desagradable.
Hay entonces, cierto (o mucho) grado de subjetividad en cuanto a los olores se
refiere. Pero de ahí a decir que no están sanos… la cosa no creo que tenga nada
que ver. Creo que lo que ocurre es que el chico quedó traumatizado por su
experiencia olfativa y no puede creerse que algo que huele así pueda estar sano.
El remate de la conversación lo dio el otro amigo, que decía que hay
hombres a los que les vuelve locos que las mujeres no se laven sus partes
nobles. Les piden que se las dejen sin pasar por agua unos días y luego se
encargan ellos mismos de pegarles un repaso oral hasta dejarlas niqueladas.
Hablar de todo esto comiendo sushi, fue
gracioso cuanto menos…. El caso es que a mi me parece una guarrada, pero para
gustos los colores.
Mientras hablábamos de esto, me di cuenta de algo que sucede muchas
veces cada vez que se saca el mismo tema de conversación: siempre se habla del
coño de las mujeres. Es como una asociación de ideas en la que si nombramos el
mal olor del sexo, inmediatamente sale a relucir el chochete de turno. ¿Y qué pasa con las
pollas? ¿Se creen que no huelen?
Y ahí me fui yo. Ambos tuvieron que reconocerme que efectivamente
también desprenden su peculiar aroma. Pero me miraban un tanto asombrados (y
divertidos) cuando enumeré los diversos tufos que nos podemos encontrar ahí
abajo: requesón, espárragos, grasa, queso, orina, arenque… porque sí, señores
míos, el olor marítimo que tanto se
relaciona con nuestras vaginas, también se da en muchos de sus cacharros. Y es
igual de desagradable.
Acabamos riéndonos bastante eso sí. Hay personas con las que
deberíamos ponernos un traje de buzo antes de meternos entre sus piernas y hay
otras que nos resultan un postre sublime. Es curiosa la química sexual y mucho
más curiosa la parte animal que llevamos dentro y de la cuál apenas somos
conscientes. Ellos, los animales, están mucho más evolucionados en esto y como
muestra un botón:
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Las antenas livianas de una polilla macho pueden
detectar químicos especiales que flotan en el aire, que fueron despedidos por
la hembra, aunque ella se encuentre a dos o tres kilómetros de distancia.
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Un perro puede percibir olores hasta 10.000
veces más débiles de lo que podemos detectar los seres humanos. El sentido del olfato de un
perro es 40 veces superior al humano. Distinguen el olor de una persona tan
fácil como tú lo harías con una taza de café caliente.
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Para evitar ser detectados por un depredador,
los venados no desprenden ningún olor, sino hasta una semana después de su
nacimiento.
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Si una hormiga encuentra comida, transmite un
aroma a las restantes en la fila mediante sus antenas y deja un rastro
aromático que el resto de la colonia puede seguir.
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Pareciera que los buitres tienen un olfato
“inteligente”. Cuando comen zorrino, la única sobra que dejan es la bolsa en la
que este apestoso guarda la secreción que genera el olor fétido que lo
caracteriza.
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Un lobo tiene un excelente sentido del olfato.
Puede detectar una presa a 1.6 km de distancia.
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Cuando las orugas se aparean, las hembras
sueltan un aroma que los machos pueden distinguir a una distancia equivalente a
cinco cuadras en una ciudad.
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Un oso polar no podría cazar sin un buen sentido
del olfato. Son capaces de oler una foca a 30 km de distancia.
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