jueves, 13 de junio de 2013

Tú que sabes de mar, dime si esto es pulpo o calamar....


Ayer, cenando con dos amigos, iniciamos una conversación un tanto inadecuada para estar delante de un plato de comida: los olores corporales. Todo se inició hablando de sexo y las sensaciones que nos despiertan ciertas prácticas, así como la atracción que se puede llegar a sentir por un olor determinado en otra persona.

 


Es bien cierto que hay olores físicos que aunque sean fuertes, no son desagradables ni tienen que ver con una mala higiene. Yo les contaba el caso de mi ex, que no se ponía desodorante ni fragancia alguna y no emitía ningún hedor aunque hubiéramos estado dos horas pedaleando en pleno agosto. A él, con agua fresca le bastaba para conseguir estar limpio. Casi nunca olfateé nada desagradable en él. Aunque si se descuidaba un poco más de la cuenta sí cantaba un poquito. Lo curioso es que, precisamente ese olor, no me disgustaba en absoluto. No podía evitar aspirar y sentirme bien. Me gustaba, había algo irremediablemente atrayente en él.

 

 
 
Uno de mis amigos estaba absolutamente de acuerdo en que hay olores que nos atraen como moscas a la miel (y a la mierda también) y nos ponen muy burr@s sin saber por qué. . Científicamente también está constatado este hecho y se dice que el olor es el detonante absoluto para la atracción entre sexos. Paradójicamente, cuanto más diferente sea el olor ajeno al propio, mayor será la atracción que sintamos. Cada uno tenemos un olor único, y a través del sudor y la orina damos información de nuestros genes. Inconscientemente buscamos un buen paquete de genes (también se buscan otro tipos de paquetes, claro). Del mismo modo, rechazamos a determinadas personas por esa información genética que nos llega al hipotálamo, que es quién recibe  toda esta fiesta de hormonas.


Bueno, el caso es que entramos en materia con una anécdota que contó el otro amigo. Resulta que tuvo una novia a la que sus genitales olían de una manera muy desagradable. Esto no venía dado por una mala praxis higiénica, puesto que la muchacha se esmeraba mucho en tener la seta bien acicalada, pero no había manera: aquello era pestilente a más no poder. Fueron a buscar ayuda a un ginecólogo porque para mi amigo era más que desesperante. Cómo él dice, “cuando teníamos sexo, yo era incapaz de bajar a las profundidades”.

El especialista les dijo que no había nada anormal: ni enfermedades, ni infecciones ni nada preocupante. Y que se conformara, puesto que era su propio olor y no se podía alterar de forma alguna.

Mi amigo dejó a la chica, pero no por este motivo… aunque ciertamente yo no lo vería descabellado. El caso es que la conversación tomó el camino de las “profundidades” y comenzamos hablar del olor (tan peculiar e inimitable) de los sexos.

Bien. Según mi amigo (el de la novia cadáver) todas las vaginas que huelen un poco no están sanas. Un coño sano no debe oler a nada, vamos.

 



Volvemos a entrar en el tema de lo aséptico que es hoy en día todo, desde la apariencia física hasta las sensaciones que deben despertarnos. Tanto mi otro amigo como yo nos mostramos en desacuerdo rápidamente. Un coño tiene su olor, que es único y propio. Partiendo de la base de que están limpios, pueden emitir igualmente su aroma más  íntimo, y es el hipotálamo de la otra persona el que lo percibe como agradable o desagradable. Hay entonces, cierto (o mucho) grado de subjetividad en cuanto a los olores se refiere. Pero de ahí a decir que no están sanos… la cosa no creo que tenga nada que ver. Creo que lo que ocurre es que el chico quedó traumatizado por su experiencia olfativa y no puede creerse que algo que huele así pueda estar sano.


El remate de la conversación lo dio el otro amigo, que decía que hay hombres a los que les vuelve locos que las mujeres no se laven sus partes nobles. Les piden que se las dejen sin pasar por agua unos días y luego se encargan ellos mismos de pegarles un repaso oral hasta dejarlas niqueladas. Hablar  de todo esto comiendo sushi, fue gracioso cuanto menos…. El caso es que a mi me parece una guarrada, pero para gustos los colores.

 



Mientras hablábamos de esto, me di cuenta de algo que sucede muchas veces cada vez que se saca el mismo tema de conversación: siempre se habla del coño de las mujeres. Es como una asociación de ideas en la que si nombramos el mal olor del sexo, inmediatamente sale a relucir el  chochete de turno. ¿Y qué pasa con las pollas? ¿Se creen que no huelen?


Y ahí me fui yo. Ambos tuvieron que reconocerme que efectivamente también desprenden su peculiar aroma. Pero me miraban un tanto asombrados (y divertidos) cuando enumeré los diversos tufos que nos podemos encontrar ahí abajo: requesón, espárragos, grasa, queso, orina, arenque… porque sí, señores míos, el olor marítimo que tanto se relaciona con nuestras vaginas, también se da en muchos de sus cacharros. Y es igual de desagradable.


 
 


Acabamos riéndonos bastante eso sí. Hay personas con las que deberíamos ponernos un traje de buzo antes de meternos entre sus piernas y hay otras que nos resultan un postre sublime. Es curiosa la química sexual y mucho más curiosa la parte animal que llevamos dentro y de la cuál apenas somos conscientes. Ellos, los animales, están mucho más evolucionados en esto y como muestra un botón:

 

-          Las antenas livianas de una polilla macho pueden detectar químicos especiales que flotan en el aire, que fueron despedidos por la hembra, aunque ella se encuentre a dos o tres kilómetros de distancia.

-          Un perro puede percibir olores hasta 10.000 veces más débiles de lo que podemos detectar los seres humanos. El sentido del olfato de un perro es 40 veces superior al humano. Distinguen el olor de una persona tan fácil como tú lo harías con una taza de café caliente.

-          Para evitar ser detectados por un depredador, los venados no desprenden ningún olor, sino hasta una semana después de su nacimiento.

-          Si una hormiga encuentra comida, transmite un aroma a las restantes en la fila mediante sus antenas y deja un rastro aromático que el resto de la colonia puede seguir.

-          Pareciera que los buitres tienen un olfato “inteligente”. Cuando comen zorrino, la única sobra que dejan es la bolsa en la que este apestoso guarda la secreción que genera el olor fétido que lo caracteriza.

-          Un lobo tiene un excelente sentido del olfato. Puede detectar una presa a 1.6 km de distancia.

-          Cuando las orugas se aparean, las hembras sueltan un aroma que los machos pueden distinguir a una distancia equivalente a cinco cuadras en una ciudad.

-          Un oso polar no podría cazar sin un buen sentido del olfato. Son capaces de oler una foca a 30 km de distancia.

 

 

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